del oficio de las letras y la perversión de las palabras.

lunes, diciembre 28

LISTO PARA FIRMAR ANTE EL JUEZ.

En una de esas imperfectas citas con el destino, con el cansancio de una semana mas de arduo trabajo y con la idea de un rencuentro con mi ahora nuevo pretexto de los jueves, decido sentarme en una de esas incomodas jardineras que rodean la librería de Miguel Ángel mientras ojeo una BLINK entre el poco estimulante ruido de los motores de los autos y un hombre que reparte tarjetas para ver chicas desnudas. El trayecto a la Blas Galindo fue tenso y un poco aburrido pero no dejaba de ser excitante y mas cuando el olor en el cuello de mi acompañante me ponían cada vez mas inquieto. Petra, un nuevo concepto para mi, tocaba una de esas rítmicas piezas con ese aire árido y tan sensual de las fusiones contemporáneas que hacia tiempo no escuchaba. Cada vez con más ganas esperaba el momento indicado para tomar la mano que estaba a un costado de mi pero la falta de entusiasmo de la otra parte terminó por abandonarlo. La audiencia aplaudía y el concierto terminaba, una de esas caminatas por debajo de los árboles y una parada inesperada al baño marcaban el fin de lo que había sido hasta el momento, una estimulante velada. Ya con la euforia por tanta insinuante música y con la sensación de que las citas con ese alguien no eran tan malas, decidí darme la oportunidad de experimentar algo nuevo, y como lo predije, un par de nada atractivos uniformados en cuatrimoto, iluminaban insistentemente con sus pequeñas linternas el interior del auto que poco estratégicamente estacionado había servido de forma improvisada como reserva para el National Geographic. Con un sutil y glamoroso: “baje de la unida” fuimos separados, al parecer solo deseaban una sola victima, la que parecía mas responsable –supongo-. En espera de noticias y con la luz de la linterna con pilas proporcionadas por el DDF y mis retinas cada vez mas dilatadas, descendí de la unida y fui devuelto amablemente por el nada carismático hombre que tenia su arma en la mano, insistente, como esperando que de las bolsas de mi pantalón saliera un revolver con incrustaciones de diamantes y remaches en oro en 14 quilates de esos que usan los narcos; eran amables, pedían una y otra vez que le “echáramos mas ganas” - cosa poco congruente si ya nos habían bajado del auto- aunque en realidad se referían a buscarle bien dentro de la cartera. Con un presupuesto menor al de 1 martini con 2 aceitunas y un chicle de menta, no había mas opción que visitar la bonita delegación para que un Juez Cívico decidiera cual era la falta que tan ingenuamente habían cometido un par de indefensos estudiantes. Cansados tal vez por la cantaleta de victimas no asalariadas de este régimen panista, o por el poco interés de perjudicarnos o solo “llamarnos la atención” en palabras de ellos. Los bronceados motociclistas, decidieron aceptar, después de que terminara de pasar un auto que circulaba por la calle, la morbosa cantidad en billetes y monedas de baja denominación y dar por terminada la nada agradable lección cívica a los malos ciudadanos en los que nos convertimos. Con una manzana por cena y la apatía del romance, me quedo con la idea de que las citas en la ciudad siempre son impredecibles, autenticas, morbosas y siempre deliciosamente estimulantes y es por eso que amo vivir en la ciudad pero, ¿qué pasa cuando toda esa adrenalina se queda atrapada en un beso que temeroso recibes en la mejilla izquierda? ¿es justo pedir una explicación de los hechos en una tercera cita ante un juez cívico? Un poco excitado y con la anorexia de vuelta, estoy en espera esta noche de visitar ese precioso edificio a un costado de la alameda y escuchar a Chano Domínguez mientras contemplo ese maravilloso telon confeccionado por tiffany…

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